Día del Niño

Por

MDH Ximena Molina Spota
Coord. Académica Secundaria

La celebración del día de hoy me propone la siguiente pregunta: ¿Por qué nos gusta festejar en esta fecha?
Cada 30 de abril noto que las redes sociales se llenan de fotografías de niños, algunos de ellos, niños que vivieron su infancia hace 20, 30 o 40 años; también de niños actuales y sus familias. Las publicaciones se llenan de anécdotas que nos remontan a momentos que relacionamos con alegría, diversión, amor. Esto me lleva a contestar mi pregunta de alguna forma.
El 30 de abril nos recuerda que los seres humanos vivimos etapas de desarrollo que nos van poco a poco constituyendo en las personas que somos. Una de las etapas más significativa es sin duda la infancia. De esa
época de nuestras vidas recordamos principalmente momentos donde las emociones fueron intensas y por lo mismo se convirtieron en experiencias significativas. Fuera de esos recuerdos específicos (anécdotas), nuestra memoria nos remite no a una situación particular, si no a un estado anímico que nos provocaba la relación con las personas.
Quizá no recordemos un día en específico que pasamos con los abuelos, pero recordamos el olor de su casa, la comida que por lo general nos ofrecían, las canciones o juegos que con ellos compartíamos, pero sobre todo la sensación de seguridad y felicidad de estas visitas.
Probablemente no seamos capaces de regresar en el tiempo a una fecha específica que compartimos con amigos y compañeros, pero si podamos recordar los juegos que acostumbrabamos, los lugares que exploramos (la calle, el parque, la casa del amigo, etc.), pero sobre todo llegue a nosotros la sensación de libertad, de aventura y complicidad que con ellos experimentamos.
Al retomar nuestra infancia nuestra mente puede tener difusa algunas cosas, probablemente no recordemos la gran cantidad de veces que nuestros papás y familia cercana nos tuvieron que repetir algo hasta que se
convirtió en un hábito, o marcar un límite que se transformó en un valor. Probablemente no recordamos el día exacto en que aprendimos a cocinar algo con papá o mamá, o quizá ya olvidamos cómo fue que aprendimos sobre los animales o las plantas, ni podamos evocar las veces en que rompimos algo o maltratamos algo de la casa por jugar. Pero probablemente todos recordemos la sensación de seguridad y confianza que nos provocaba el acompañamiento de nuestros papás y hermanos mientras aprendimos algo, la compasión y la paciencia que experimentamos cuando nos equivocamos o necesitamos intentar las cosas varias veces antes de lograr hacerlas bien; o quizá recordemos la paz de la reconciliación, cuando tras un pleito (y su posible respectivo golpe) se dio acompañada de compartir algún abrazo mezclado con lágrimas y risas.
La infancia es una época fundamental en el desarrollo de las personas, pues es la etapa en la que aprendemos que vivir es: reír, jugar, explorar, aprender, construir, intentar, disculparse, perdonar, reparar, compadecer, esperar, disfrutar, cuidar, ser libres y amar.
Evocar nuestra infancia es tocar eso que precisamente nos hace contactar con nosotros mismos y con los demás, es contactar con lo verdaderamente importante.
La infancia no es una etapa sencilla ni grata en todo momento, es una etapa con grandes frustraciones, retos y exigencias. Es una etapa en la que dependemos siempre de alguien más y donde nuestras habilidades, ideas y creencias están en desarrollo por lo que son incipientes o incompletas. Sin embargo, el resultado de todo esto, si es que hemos tenido una buena infancia, resulta en los cimientos de una buena vida. Por eso nos gusta celebrarla.
Los alumnos de secundaria ya no son niños, algunos de ellos tienen quizá algunas reminiscencias de la infancia que recién acaban de abandonar, pero ahora son adolescentes. Sin embargo, celebramos con ellos este día porque su historia de vida ya contiene la sabiduría y los regalos de esta etapa que hoy merecen reconocer y abrazar.
¡FELIZ DÍA DEL NIÑO!